El pasado Corpus Christi dio inicio el segundo año del Avivamiento Eucarístico Nacional, iniciativa pastoral de los obispos de Estados Unidos ante la crisis de fe que atravesamos en nuestro país, en que solo tres de cada 10 católicos creen que Jesús está presente en la Eucaristía, según el estudio del Centro Pew en 2019. Esta segunda fase tiene como fin avivar la fe en la Eucaristía en cada parroquia del país. Se proponen cuatro líneas de acción parroquial: Revigorizar el culto poniendo atención al ars celebrandi, ofrecer oportunidades de encuentro con Cristo Eucaristìa, brindar una formación sólida en la fe y enviar a sus feligreses a compartir el amor a la Eucaristía con los demás.

En comunión con nuestros obispos, he querido dedicar mis siguientes columnas a este Avivamiento Eucarístico. Quisiera esta vez reflexionar acerca de un aspecto fundamental del ars celebrandi, el arte de celebrar la Santa Misa: tener presente que la celebración eucarística es la oración por excelencia. De principio a fin, la Misa es una oración en la que adoramos a Dios, le pedimos por nuestras necesidades, le damos gracias y le ofrecemos nuestra vida en sacrificio.

Para el sacerdote, celebrar con arte implica no leer las oraciones que aparecen en el Misal, sino rezarlas. Gran diferencia hace leer mecánicamente los textos del Misal, sin énfasis e incluso a las carreras, que interiorizarlos y expresarlos elevándolos a Dios a nombre de toda la asamblea. Citando a Romano Guardini, el Papa Francisco destaca en su Desiderio Desideravi que “Hay que despertar el sentido de la grandeza de la oración, la voluntad de implicar también nuestra existencia en ella” (n. 50).

En esta carta apostólica, que trata sobre la formación litúrgica del Pueblo de Dios, el Santo Padre nos sorprende al advertir que “podemos pensar que el ars celebrandi solo concierne a los ministros ordenados que ejercen el servicio de la presidencia. En realidad, es una actitud a la que están llamados a vivir todos los bautizados” (n. 51).

Al igual que los sacerdotes, para nosotros, los fieles laicos, celebrar la Misa con arte implica saber rezarla. No solo el Padrenuestro y el Credo, sino todas las oraciones. No basta escuchar la Palabra que se proclama y las oraciones que el sacerdote reza. Hay que hacer de toda la Misa, de principio a fin, una oración personal que, en asamblea, acaba por transformarse en la oración de la Iglesia.

En vez de dejar que el sacerdote rece sin prestarle atención y responder al final “Amén” sin saber ni por qué, pongamos atención a las oraciones que va rezando: en el acto penitencial, la oración colecta, la oración sobre las ofrendas, el prefacio, la plegaria eucarística y la oración después de la Comunión. Es aconsejable meditarlas en nuestro misal antes de cada celebración, para que, al escucharlas en la Misa, podamos interiorizarlas y hacerlas nuestras, en voz del sacerdote. Solo así haremos de la Misa una verdadera oración con qué adorar a Dios, pedirle, agradecerle y ofrecerle nuestra vida en sacrificio.

Señala el Papa en su misma carta, “Como cualquier arte, (el ars celebrandi) requiere una aplicación asidua” (n. 50). La práctica hace al maestro.

¡Apasiónate por nuestra fe!