Cae la noche en Beth-lehem,

que “Casa del Pan” significa.

A una cueva nos conduce

una estrella que es magnífica.

 

En esa cueva, José, el carpintero,

de un pesebre hace una cuna 

para recostar al Pan del Cielo 

que ha nacido bajo la luna.

 

Y la Virgen con ternura 

lo toma en sus brazos y piensa:

“En verdad, este es mi niño; 

en verdad, Él es un Rey”.

 

Y los ángeles se gozan 

y lo alaban los pastores 

y los Magos de muy lejos, 

cayendo en rodillas lo adoran.

 

Pasa el tiempo y Jesús crece 

en sabiduría y en edad.

Se hace hombre y es entonces 

que al Bautista va a buscar.

 

De una nube, allá en el cielo, 

se oye al Padre exclamar:

“En verdad, este es mi Hijo; 

en verdad los va a salvar”.

 

Al que peca y se arrepiente, 

toma en brazos y perdona.

Al que lo busca y lo encuentra, 

con su dulce mirada enamora.

 

A los enfermos limpia y cura 

y a los ciegos deja ver 

que el amor divino es más grande

que todo su poder.

 

A doce elige y convoca 

y a lo largo de tres años 

los forma y los transforma, 

menos a uno que, al final, lo traiciona.

 

Refulge llena la luna 

sobre toda Jerusalén.

Es la noche de la Pascua, 

¡la gran fiesta de Israel!

 

A la mesa de la Cena, 

con los Doce alrededor, 

que ha llegado ya su hora,

Jesús sabe en su interior:

 

Es la hora de amar con locura, 

la hora de servir al extremo, 

la hora, por fin, de entregarse 

a la muerte en un madero.

 

En una cruz, morir por nosotros, 

para que nosotros no muramos.

Y a los tres días resucitar 

para que vida eterna tengamos.

 

Es tan grande su amor por nosotros

que Jesús ya no quiere marcharse.

Es Emmanuel, el “Dios con nosotros”, 

y con nosotros decide quedarse.

 

Nació en Beth-lehem, la casa del pan.

Durmió en un pesebre que servía para alimentar.

Sobre la mesa, contempla su pan

y mira su copa de vino rebosar.

 

Jesús toma el pan

lo bendice y lo parte.

Acabada la cena 

bendice el vino y lo comparte.

 

Pero no son solo bendiciones 

las que salen de su boca.

El Espíritu Santo vuelve

sus palabras más poderosas:

 

“En verdad, esto es mi Cuerpo 

que, en verdad, voy a entregar.

En verdad, esta es mi Sangre 

que, en verdad, he de derramar”.

 

Y el bebé que nació en Beth-lehem, 

el Emmanuel que nació en la “Casa del Pan”, 

el Niño que durmió en un pesebre para alimentar, 

se convierte esta noche en celestial manjar.

 

“Coman siempre de mi Cuerpo 

y en mí siempre estarán.

Beban siempre de mi Sangre 

y aunque mueran, vivirán”.


* Que en este año de Avivamiento Eucarístico sea para ti esta Navidad ocasión de un encuentro verdadero con el Niño Dios, escondido en ese Pan.

¡Apasiónate por nuestra fe!

Northwest Catholic - Diciembre 2023/Enero 2024