Continuando nuestra serie especial con motivo del segundo año del Reavivamiento Eucarístico Nacional, quisiera que nos detuviéramos a considerar el alcance que tiene nuestra comunión personal con Cristo en la Eucaristía. Llamamos a la Eucaristía también “Comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo, que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo” (Catecismo de la Iglesia Católica núm. 1331). 

Ese solo cuerpo es el de Cristo y sabemos que su cuerpo es precisamente la Iglesia (1 Corintios 12,27). Así pues, al recibir la Eucaristía, estamos en comunión con Cristo y en comunión con su Iglesia. Resultaría imposible estar en comunión solo con la cabeza sin estarlo también con el cuerpo. 

Para lograr esta comunión entre la Iglesia, el sacerdote, hablando al Padre in persona Christi, realiza una segunda epíclesis en la Plegaria Eucarística, “Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo” (Plegaria Eucarística II). (En la primera epíclesis invocó al Espíritu Santo para que transformara el pan y el vino en Cuerpo y Sangre del Señor). 

Estar en comunión con Cristo implica estar en comunión con su Iglesia y esto significa permanecer unidos entre nosotros, tal cual nuestro Señor imploró a su Padre en su Oración Sacerdotal en la Última Cena, “Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti… que sean uno como nosotros somos uno”(Juan 17,21a.22b). 

Esta comunión entre nosotros, querida y pedida por Cristo, es expresada litúrgicamente en los Ritos de Comunión, cuando oramos, todos unidos, al “Padre nuestro” y nos damos después fraternalmente un saludo de paz para percibir sacramentalmente, al tocarnos con ese apretón de manos y desearnos la paz recíprocamente, que estamos en comunión unos con otros. 

Estar en comunión con Cristo implica, pues, estar en comunión con la Iglesia. Y estar en comunión con la Iglesia implica estar en comunión con nuestros pastores: el papa y los obispos. 

No podemos recibir la Eucaristía con reverencia y a la vez atacar al papa. No podemos comulgar con devoción y motivar a los demás a desobedecer a nuestros obispos. Al enfrentar a nuestros pastores provocamos justamente lo contrario a esa unidad, pues solo logramos divisiones entre nuestra Iglesia, haciendo realidad el lamento de Jesús, “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño” (Mateo 26,31c). No obstante, percibimos actitudes como estas cada día en las redes sociales que son parte ya de nuestra vida cotidiana. 

Como Iglesia, vivimos tiempos en que necesitamos reforzar nuestra unidad si queremos en verdad cumplir la voluntad de Cristo. Así, que cada vez que el sacerdote, in persona Christi, realice la segunda epíclesis en cada Santa Misa, resuene en nuestro corazón esa misma petición, para que unidos a Cristo, imploremos al Padre que el Espíritu Santo nos congregue en la unidad. Y después hagamos lo que nos toca, a nivel personal, para hacer realidad esta unidad entre nosotros, querida por Cristo mismo. 

¡Apasiónate por nuestra fe!